Estanebrage by Rodrigo Palacios

Estanebrage by Rodrigo Palacios

autor:Rodrigo Palacios [Palacios, Rodrigo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2014-01-01T05:00:00+00:00


DIFICULTADES

Alana se revolvió, rodó por el suelo y se abalanzó sobre Oiob. Aún dormía cerca de él todos los días, y no había pasado una sola noche en la que no le sucediera lo mismo de siempre.

Al principio solía ocurrir poco antes del alba, pero ahora cada vez ocurría más pronto. Aquella noche en particular no hacía ni dos horas que se habían acostado, cuando La Perra sintió cómo la tierra vibraba bajo ella en una especie de tímido terremoto.

Oiob tenía la típica tensión en su rostro, luchando contra aquel enemigo implacable que le conquistaba en el sueño. Alana ya no se andaba con chiquitas. En cuanto se despertaba llevada por aquella vibración, rodaba hasta él y le propinaba unas cuantas bofetadas en la cara hasta que despertaba.

Sus compañeros de viaje habían acabado desarrollando un temor bien fundado al sonido de los manotazos en la cara de Oiob. Después de que ya todos tuvieran conocimiento de lo que le sucedía al mago por las noches, nadie salvo Alana se atrevía a dormir cerca de él. Murmuraban juramentos y recordaban a los viejos dioses. Recurrían a todo tipo de versos santos, mientras observaban helados su despertar.

Esta vez el mago abrió los ojos muy rápido. La respiración no era tan acelerada como en ocasiones anteriores, pero aun así el terror que mostraban sus ojos era semejante al del primer día.

Oiob nunca lograba contener el llanto.

Regresaba a la realidad con la inseguridad de un niño que despierta dentro de un pozo. Se sentía atenazado por la sensación más horrible del mundo. Un desasosiego profundo. Una garra que le había estado apretando el corazón y lo liberaba de repente, prometiendo regresar.

Se sentía desnudo y desprotegido.

Ahina siempre estaba ahí para consolarlo. El mago se aferraba a ella y dejaba que lo abrazara con sus brazos fibrosos y severos. La Perra construía un gesto de seco fastidio por el modo en que había sido despertada, pero por su fuero interno navegaba un halo materno del que no era capaz de librarse. La compasión se adueñaba de ella al encontrarse con un hombre adulto rindiéndose de aquel modo a sus cuidados.

Al principio, le costó aceptar su nuevo papel de protectora. Ahora ya lo tomaba como algo necesario. Era como si cada noche se encontrara con un bebé al que acaban de arrebatarle la madre.

Aunque no hubiera querido hacerlo, no le quedaba otro remedio.

Después de aquellos despertares, Oiob no recuperaba el sueño. Se tumbaba lentamente, temblando primero y sosegándose poco a poco, pero conservando esa congoja que no desaparecía hasta que llegaba el primer rayo de sol. Amanecía con los ojos hinchados y enmarcados en unas ojeras traidoras. A pesar de su aspecto, era evidente que la luz del día le devolvía el optimismo.

Durante el desayuno de aquel día, el mago tuvo que esforzarse por comer. Las noches tormentosas le estaban robando el apetito.

El hijo de Aberrón e Italinta tampoco comía demasiado. Se llevaba la mano a la garganta cuando tragaba, y su cara reflejaba un agotamiento excesivo teniendo en cuenta los pocos esfuerzos que realizaba.



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